Como mi hijo está de vacaciones con su padre (¡Dios bendiga al inventor del divorcio!) no tengo que tener la heladera llena de porquerías que no alimentan pero colorean la foto… o sea que me tuve que conformar con un yogurt al que no quise carear con su fecha de vencimiento… ácido por ácido, estoy yo, me dije. Café había, porque sepan todos que somos pobres pero dignos, por ahí no tenemos leche ni pan ni esas estupideces, pero champagne, café y vino en esta casa no faltan, señor Juez. Encendí la coqueta notebook que hace un año es la continuación de mis manos y la proveedora de mis ingresos, con la intención de enterarme si debo ir a algún velorio, los cambios de gabinete del día, y qué hay para ver en el cine… ah, y los doscientos cincuenta y seis mails que me anuncian que una virgen está por pasar por mi casa, que no abra precisamente ese correo que me lo está advirtiendo, y amenazas parecidas. La bichita se prendió, claro, mientras yo buscaba una taza (parece sencillo, pero estoy en medio de una mudanza, así que para encontrar algo debo recordar en qué caja lo embalé), oteé la cafetera que quedó de anoche y olvidé guardar en la heladera… sobrenadaban unas cascaritas transparentes que no auguraban nada bueno, pero cualquier cosa es preferible a enfrentar al sicólogo de mi hijo sin la ayuda del café. Así que recordé que los griegos decían: el fuego purifica, y a falta de fuego (porque hace demasiado calor y las hornallas son una antesala del averno) metí la taza en el microondas y, como siempre, equivoqué los botones (¡ja! Ojalá fueran botones, son unos imperceptibles dibujitos que pueden calentar tu café o disgregar el planeta, según dónde apoyes tus inocentes huellas digitales) Bien, ya con la taza de café (hervido) en la mano me siento frente a la pantalla, y oh sorpresa, la diosa madre de la sabiduría universal, más conocida como Internet, no funcionaba… apreté desesperada las teclas correspondientes, y luego, como suelo hacer, las no correspondientes, y después todas, a manos llenas… y nada… Inmediatamente, una idea surgió en mi mente: ¡Daniel no pagó el abono! Daniel es un señor que durante un tiempo fue una especie de novio, período en el cual la tarada (o sea yo) le dio una suma relativamente importante de dinero para, según él, “invertir”, inversión que jamás se produjo. Bueno, la cosa es que para saldar su deuda, me va pagando las cuentas que con delicadeza y antelación le arrimo… andá a cobrarle una deuda a un ex, se debería llamar el tango.
En fin, no era el mejor comienzo de día, pero seguía llegando tarde al sico, así que logré sacar el auto entre los comentarios de los muchachos de UOCRA de enfrente, y me fui para allí.
Pensaba utilizar esa horita para desahogarme, recibir consuelo, hablar de mis problemas, sentirme “contenida” como se dice ahora… nananana, resulté culpable de todo, desde el fallido desembarco yanqui en Bahía de Cochinos hasta la extinción del tatú carreta. Pobre, él no tiene la culpa (el sicólogo, digo)… claro, cómo la va a tener él si es toda mía. Como un comentario recurrente durante la charla fue “vos deberías hacer terapia individual” decidí al salir ir a mi obra social a averiguar si por un azar del destino se les hubiera ocurrido que los problemas sicológicos podían ser contemplados como una necesidad a cubrir, pero claro, a quién se le ocurre, esos son avances del siglo… veinte, que acá todavía no llegaron. Igual, como si lo hubieran hecho, porque las chicas, con la misma sonrisa que me atienden siempre (a veces dudo que sean personas de tan atentas que son, y sospecho una confabulación tipo Las mujeres de Stepford, en la que reemplazaban a las esposas díscolas y modernosas con muñecas robóticas que usaban voladitos y hacían flan casero) decía, las amables empleadas me comunicaron que ya no tenía obra social… caramba, llevo diez años trabajando en una radio cuyo dueño parece considerar que pagar una obra social es un gasto inútil… Salí de allí indignada, dolida, amargada, caliente, en fin, la mezcla habitual que acompaña a las desventuras burocráticas. Tampoco pude averiguar el motivo de semejante desamparo, porque el dueño de la radio debía estar junto con mi ex noviete en esa Tierra de Nadie llamada Noatiendoelcelularnicontes
Hice un nudo con mis tripas, me subí a mi ya recalentado autito y decidí que para despejarme, lo mejor era cambiar de vehículo, y hacer en bicicleta las restantes cuestiones pendientes. Claro, tuve que ir a buscar la bici al señor que las arregla, porque a pesar de los vetos, alambres electrificados, amenazas de muerte y demás, mi adorable hijito había estado haciendo abuso de la pobre… cuando digo abuso, créanme, por algo el niño necesita sicólogo. El bicicletero me recibió con el comentario de siempre: che, te la agarró tu hijo, no, porque está hecha mierda… me temí un sacudón financiero, pero no, Fabio es razonable y con dos marrones (ojo con lo que piensan) lo arreglamos. Paré en una verdulería, donde los zapallitos, tomates y lechuga habían sufrido un baño de oro desde la semana anterior, a juzgar por su precio… Con el espíritu y el auto cada vez más pesado, no así mi billetera, llegué a casa, descargué bici, me cambié el look “madre mañanera preocupada por la salud mental de su hijo” por el de “veterana ridícula tratando de reducir cachas en bici” y salí en medio del aire caliente del ya casi mediodía a seguir mi lucha… que ya sabemos, es cruel y es mucha. Me apersoné en la ventanilla del servidor de internet, cable y programas locales que nadie mira pero algunos hacemos, y le dije: te vengo a pagar internet… el cajero de mirada perdida y rizos morenos me cobró una suma desorbitada y me dio un papel verde, y me fui más pobre pero segura de que al regresar tendría la dichosa “señal”. Pero esperen que ahí no termina. Fui hasta el service de celulares, a ver qué tenía mi otra conexión con el mundo. La señora que me atendió, que más parecía estar a punto de barrer la vereda que de evacuar una consulta tecnológica, me sorprendió con su sabiduría: mi telefonito tenía el flex cagado, por eso no se ve bien en la pantalla, y el sonido… no sale porque, señora, me dijo con una sonrisa suficiente que me hizo arrepentir de haber dudado de su capacidad, hay que apretar este botoncito y regresa. El repuesto del famoso flex tenía una buena y una mala noticia: era caro, pero no había, con lo cual el daño a mi presupuesto se pospuso, para mi alivio. Hice un stop en la librería donde el día anterior había comprado el respuesto de agenda… del 2007, según pude verificar luego. La atenta y regordeta muchachita presentó las disculpas del caso, dándome la extraña explicación de que “todavía –fin de enero 2009- no entraron los repuestos”, pero que yo me quedara tranquila, que en cuanto Guttemberg los terminara, me cambiaban la compra. Como una sonrisa puede mucho, me conformé, al fin y al cabo, qué me hace esperar hasta Junio para tener la agenda al día, si tampoco puedo anotar la cita del médico porque no tengo obra social… Monté en mi bici, y haciéndome la pizpireta, pero esquivando los baches porque ya saben que no tengo bla bla bla, volví a casa, me comí una ensalada con los tomates recalentados y… SÍ, SEÑORES, ME DORMÍ UNA SIESTA!!!! Ventajas de vivir en el interior, que, según decía otro novio, será chato y choto, pero conserva casi intactas algunas instituciones, como la de saber de la vida sexual de todos y todas, total si no sabemos la inventamos, descreer de la publicidad porque parece ser un invento del demonio, que se administra cuidadosamente por una sola agencia monopólica, no hacer citas porque nos encontramos siempre en cualquier lugar con todo el mundo… y cerrar a cal y canto persianas y puertas de una a cinco de la tarde.
Me desperté babeante y acalorada al ritmo de los chimentos de Jorge Rial y sus Intrusos, mi Biblia cotidiana… lo sé, lo sé, ustedes me tenían como una chica “currrrrta”, lamento desilusionarlos… me puede ese programa, saber si Jessica Cirio tiene novio nuevo, o si Nazarena Vélez cayó por fin en un coma medicamentoso me resultan datos imprescindibles para continuar mi vida, que ya es bastante miserable por sí misma.
Me arrastré hasta el comedor diario, sorteando cajas de embalaje y a la tortuga que olvidé alimentar y se había venido desde el patio al living con intenciones piqueteras. Me serví otro café, le tiré al quelonio medio zapallito y unas hojas de lechuga, con lo cual depuso su beligerante actitud, y me senté, ahora sí, a conectarme con el resto del mundo… eso pensaba yo. El dibujito del costado de la pantalla, para el cual ya mi neurona Matilde está condicionada, mostraba las … las… pantallitas tachadas!!!!! Oh Señor, voto a Bill Gates, seguía sin conexión!!!!
Llamé al número que aparece como Mesa de Ayuda, pero que sospecho fue organizado y coordinado por el Marqués de Sade antes de escribir con caca sus memorias desde la cárcel… el gentil muchacho (no demasiado gentil, más bien… “qué querés a esta hora, que seguro vos dormiste siesta y yo no”) me comunicó que mi abono seguía sin pagar, pataleé como cuando mi mamá me quería hacer trenzas y me dieron con la Sección Comercial, donde otra sádica me comunicó que lo que había pagado era el cable, no internet… Pedazo de boludo el morocho de rulos, pensé pero no dije porque se supone que soy una dama.
Monté nuevamente en mi autito, porque la bici ya me había dejado las nalgas un poco ardidas. El que pensaba ahorcar había sido reemplazado por la sádica que me atendió telefónicamente, con la que ya no tenía fuerzas para enfrentarme. Ovejunamente como buen argento que se precie, pagué otra suma exorbitante, con costas y todo, para que me devolvieran mi conexión a Internet. Una vez el recibo en mano, me di el patético gusto de hacer algún comentario hiriente que fue recibido con la estólida actitud de quienes están acostumbrados a ser puteados en todos los idiomas posibles.
Pero no todo son cardos en este baldío, señores míos… Fui a buscar la aspiradora al service, que como corresponde, queda a la altura donde está Atlas sosteniendo el mundo. La pobre había resoplado como una marsopa herida cuando intentaba limpiar el cuarto de mi hijo, aprovechando su ausencia para requisar puchos, bombachitas de señoritas y otras manifestaciones de esa enfermedad llamada adolescencia. Quedarse sin aspiradora en medio de una mudanza no es lo mejor que puede sucederle a una obsesiva de la limpieza como, como, como… yo, así que la llevé al doctor de aspiradoras. Me bajé en medio de un sol abrasador con el que Kristina nos kastiga a las siete y media de la tarde por haber hecho algo tan terrible como votarla (menos yo, claro). Y cuando me disponía a pagar otra suma absurdamente elevada, luego, por supuesto, de ayudar a la mujer del aspiradorólogo a encontrarla entre un montón de artefactos, y bajarla yo que soy más alta… los cielos se abrieron, cayó un rayo luminoso y beatífico sobre mi atribulada sesera y escuché las palabras mágicas: “está en garantía, no debés nada”.
Sí, me dije, Dios existe, y aunque hasta ese momento su socio y vecino de medianera, el Demonio, había regido mis desventuras, consideré que esa pequeña alegría valía por mil desgracias, y volví a mi futura ex vivienda contenta como perro de taller mecánico (¿vieron que nadie los baña, ni los obliga a ir al veterinario, y comen facturas y restos de asado, cómo no van a ser felices?)… no sin antes permitirme un autocomentario sarcástico: caramba, la aspiradora SÍ tenía obra social.
Terminé mi día de furia comiendo pollo frío y pelones calientes, la fruta y los hombres me gustan así, y mirando películas por cable que sí pagué, y chateando con amigos por internet que también pagué…al fin y al cabo, nada es tan grave que un buen vaso de vino blanco berreta con mucho hielo y las patas en alto no puedan solucionar.
Pero se reciben ofertas, eh.
Genial descripción de un día en la vida de una mujer divorciada e independiente, me cacho en la liberación femenina!!! Moni
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